miércoles, 13 de abril de 2011

Discurso pronunciado por el doctor Julio Glockner Lozada el 15 de mayo de 1961, día del maestro, en la UAP

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Estamos viviendo el momento histórico más importante en la historia de nuestra casa de estudios. La juventud convertida en fuerza motriz ha dado la batalla y por medio de un movimiento auténticamente revolucionario se ha hecho dueña de la situación. La renovación del viejo sistema educativo era urgente, ya se notaba un marcado desequilibrio entre dos tendencias claramente manifiestas: por un lado, la educación al servicio de las clases dominantes, alentadas y sostenidas por quienes en nuestro medio vienen explotando el monopolio de la educación en manos de los ricos, y por otro lado, la educación como un reflejo necesario y fatal de los intereses y aspiraciones de las mayorías; por un lado la educación como procedimiento mediante el cual la clase dominante, que se había apoderado de la universidad desde hace cuatro años, preparaba la mentalidad de la juventud para servir a los intereses mezquinos de la familia, y por otro lado, quienes reclamaban para sí una escuela saturada de un espíritu más humano, en toda su plenitud y en toda su realidad; por un lado la educación pletórica de falsas hipótesis dogmáticas cimentadas en los viejos prejuicios, la educación que conducía al alejamiento de los verdaderos valores morales sustituyéndolos por los valores materiales, esa educación cuyo ideal es la formación en el seno de nuestras familias de hombres de negocios que sean al mismo tiempo hábiles mercenarios y “respetables ciudadanos”; y por otro lado la educación que pone en contacto a la juventud con todas las ideas para que de ellas le sea dado a escoger la que mejor le convenga, la educación que autorice al maestro para enseñar libremente sin más limitaciones que lógico umbral de nuestros conocimientos, la escuela como negación de todo partido o de toda secta, la escuela en la que el espíritu viva plenamente su propia libertad, la escuela que no sea boca enmudecida y obediencia ciega, sino palabra que unas veces aliente y otras reclame y voluntad que elija su propio destino.
De estas tendencias opuestas tenía que surgir francamente un estado de conflicto, que al buscar su propio nivel exigiría las reformas necesarias para un nuevo progreso educativo, es por esta razón que el movimiento estudiantil surgido en esta casa de estudios tiene todas las características de una revolución, de una verdadera revolución educativa.  Por ello es totalmente legítimo el desconocimiento de las autoridades universitarias pasadas, que en su estancamiento, su apatía y su indiferencia, sólo buscaban la tranquilidad que propicia todas las ignominias y favorece el entreguismo incondicional a la clase dominante.
La juventud estudiosa, empeñada en forjar su destino en el seno de nuestra universidad, esa juventud que no tiene complicidad con el pasado, esa juventud que no está contaminada de servilismo, esa juventud inmaculada, orgullosa y sin remordimientos, que no sabe de la domesticación indigna del señoritismo aristocrático, que no ha sido envilecida con las claudicaciones de los intereses de estómago, esa juventud, desafiando la opinión de los lacayos y apartándose de los mediocres, adaptados a la vida mansa, se entregó a la magna tarea de reorganizar su casa de estudios y emprendió la lucha con valor, porque para anhelar una perfección es indispensable el valor: noble elocuencia de quien aspira ser águila y debe volar y mirar lejos, y quien se resigna a ser gusano debe arrastrarse arriesgándose al hecho de ser pisado.
Ignoraba la juventud que en el fondo de los caracteres serviles dormita la traición y la perfidia y fue traicionada por su propio rector. El licenciado Armando Guerra Fernández, siguiendo una política de avestruz, escondió la cabeza para no darse cuenta de los acontecimientos, y en el momento en que los estudiantes más lo necesitaban para su consejo y para su guía, en la hora del conflicto, se encerró en sus habitaciones y después optó por la más cómoda postura: cerrar esta universidad, para que el tiempo, mejor consejero que un rector, resolviera los problemas.
Toda traición es producto de la debilidad o de la cobardía y el licenciado Armando Guerra es un traidor y un cobarde. El soldado que traiciona la patria merece la pena de muerte, el hombre que traiciona los ideales merece nuestro desprecio. Por razón natural y lógica reaccionó como era natural que reaccionara: desconociéndolos a ustedes en los momentos de angustia, en los momentos de la persecución y de la insidia, pero cómo podían estar con ustedes, jóvenes estudiantes, quienes cada año hacen un viaje a España para besarle la mano a Franco.
Cómo podían estar con ustedes, jóvenes estudiantes, los descendientes de aquellos que recibieron a Maximiliano bajo palio, cómo podían estar con ustedes, señores estudiantes, quienes denigran la memoria de Juárez, de Morelos y del cura Hidalgo. ¡No podían estar con ustedes! Estos individuos son traidores a la patria. No es posible que estuviesen con ustedes quienes no celebraron el año pasado el año de la patria, quienes persiguen la memoria de los niños héroes porque son pro yanquis y odian al general Lázaro Cárdenas porque expropió el petróleo.
Quienes, armados de cinismo, están en estrecho contubernio con las fuerzas retardatarias enemigas de todo progreso en esta ciudad, El ex rector Guerra, sintiéndose perdido, se refugió como el chacal en su propia madriguera. Buscó a los suyos, buscó a los de su clase, buscó a los de su estirpe, a quienes lo eligieron, a quienes lo sostenían emboscado en esta Universidad de Puebla con el título de rector. Siguió a sus amos, siguió a quienes estaban comprando su conciencia y con ellos está, con ellos, con el rebaño cuya única originalidad consiste en pertenecer a un grupo anticomunista. Son los anti, los eternos anti, los anti Juárez, los anti Hidalgo, los anti revolucionarios, los anti castristas, los anti progresistas, esa posición negativa resulta lógica: no pudiendo ser nada constructivo, no pudiendo ser nada positivo, tienen que ser la negación del progreso. Su impotencia para ser, sólo les permite el no ser.
Y esta vez el licenciado Guerra vuelve por único camino que conoce: el camino de la traición. En vez de estar con la universidad se hace aliado de los enemigos de los universitarios, se hace aliado de los colegios confesionales, aliado de los señoritos aristócratas, de los representantes de los adinerados, de los eternos cómplices de los prejuicios convencionales. Si ésta era su postura primitiva nos preguntamos ¿porque nos engañó? porqué penetró en la intimidad de nuestra máxima casa de estudios este judas que después debía de vendernos por el dinero. La contestación es fácil: el licenciado Guerra se hace aliado de los egresados porque servía a los intereses mezquinos de otras escuelas, quería para nosotros que en un término de dos rectorías esta universidad pasase a manos de los confesionarios. Ese era el plan que nosotros con este movimiento revolucionario le hemos desbaratado.
La sociedad poblana se horrorizó por que un grupo de universitarios lapidó un colegio confesional. ¡Hubo daños en propiedad ajena! Gritaron. Pero no se horrorizó por los nueve muchachos heridos, gravemente heridos con palos, con cadenas y con navajas: había daños en la salud de nueve universitarios y reinó el silencio. Triste ironía de estos tiempos en que han inversión de los valores: se sufre, se llora, se cierra el comercio por unos vidrios rotos, pero nadie dice nada de la sangre derramada por las heridas causadas en la cara de un muchacho, que llevará el estigma de su valentía durante toda la vida. A la vista de todos estará la cicatriz de ese muchacho para vergüenza de sus agresores. Mientras tanto, la información de la prensa mercenaria al servicio de la mentira, la información de la prensa de ese injerto de ciclista y coronel que se ha metido a periodista, empezó a babear insultos contra nuestras personas, a difundir mentiras que desorientaban a la opinión pública respecto a este movimiento estudiantil. Afortunadamente contamos con un órgano publicitario al frente del cual se encuentra uno de nuestros más grandes y queridos amigos. El diario La Opinión será en adelante el vocero universitario. Quiero, desde esta tribuna, dar las más efusivas gracias al señor director del periódico La Opinión por su labor honesta en la información que se ha difundido para Puebla. Los gacetilleros no podrían informar diciendo la verdad porque el hábito de la mentira paraliza los labios del hipócrita, y cuando llega la hora de decir la verdad sus labios se paralizan. Prensa crónicamente mentirosa y permanentemente servil. En su profunda animadversión a la verdad tenía que tacharnos de comunistas. La historia de la humanidad se caracteriza por la eterna persecución del hombre simplemente por una denominación, por una designación, por un nombre. Primero los cristianos perseguidos por los romanos, más tarde los herejes perseguidos por los cristianos, después los hugonotes, los enciclopedistas, los socialistas, los sindicalistas, los anarquistas y ahora están en turno los comunistas.
Oh eterna estupidez de la humanidad! Cuando la sociedad apenas empezaba a librarse de los horrores del fanatismo, ha tenido que aguantar una de las formas más penosas de la intolerancia racial y social. Racial con la matanza de judíos y la persecución de negros, y social en todas esas formas odiosas de intolerancia que se han etiquetado con la denominación vulgar de comunismo. “Es indudable que el mundo vive en la más oprobiosa desigualdad económica y que es urgente una mejor repartición de la riqueza” Estas palabras pertenecen a Juan XXIII y desafiamos a quienes nos tachan de comunistas a que también digan que el santo pontífice es comunista. Nuestro movimiento nada tiene que ver con el comunismo, hemos recibido la felicitación y adhesión  de agrupaciones religiosas y diariamente nos visita un sacerdote que ha traído consuelo a los muchachos (no el consuelo espiritual) dándoles cigarrillos, dándoles café, platicando con ellos y sintiéndose, como él dice, un liberal frente a los mochos.
Muchos de los catedráticos son culpables del atraso que ha vivido nuestra universidad. Hablan de los tiempos prehistóricos de la humanidad, analizan la época de oro de Grecia y de Roma, dictan cátedra sobre las glorias de nuestra era moderna, pero si por ventura esos eruditos descubren ciertas características que no se ajustan al cuadro hermoso que han confeccionado para que sea entendido por los estudiantes, empiezan entonces a murmurar cosas indeseables y detienen su marcha por miedo a encontrarse con la realidad: la verdad les espanta, no forma parte de su idiosincrasia. Pero no importa que se detengan, la juventud sabe que cuando la diligencia se detuvo fue sustituida por la locomotora y que hace mucho tiempo que la luz eléctrica sustituye a las bugías. Hablar de las edades de oro, hablar de la teoría de la relatividad, hablar de las valencias químicas, hablar de las enfermedades del riñón no tiene importancia mientras el mundo esté dominado por el miedo a decir la verdad. No sabemos si está cerca o lejos el día en que la intolerancia y el fanatismo sean sólo un mito, pero llegará el día en que el triunfo más grande de la humanidad sea el triunfo del hombre sobre su propio miedo.
Señores catedráticos de esta gloriosa institución, a través de estas palabras estamos haciendo patente nuestro más profundo agradecimiento por su adhesión a esta causa noble de depuración universitaria. El sólo hecho de contar con ustedes en nuestras filas, de contar con ustedes en este recinto, habla de su elevación de espíritu. Si han sacrificado parte de su vida al servicio de la juventud, bueno es que sepan ustedes que han alcanzado un alto rango, tanto en su persona como en la conciencia estudiantil. Si se han sacrificado ustedes al servicio de la verdad, bueno es que sepan que su vida está por encima de las bajas pasiones y del odio, que han salvado su dignidad, y nunca, al meditar a solas, sentirán ustedes vergüenza de sus actos, porque solo se avergüenzan los canallas por su posición interesada y mezquina al servicio del dinero.
Esta Universidad de Puebla abre de hoy en adelante sus puertas para todo estudiante, sin importar su condición económica ni su credo religioso, sólo exige una aspiración tenaz en el perfeccionamiento de una vida digna, liberada y culta. Esta universidad no pondrá ningún obstáculo que limite el acceso de las masas a la cultura, no habrá más monopolio de la sabiduría por parte de un grupo de señoritos en detrimento de los demás, pero tampoco permitirá que esa sabiduría se complazca en la soledad y desdeñosa vuelva la espalda a la vida. Al investigador más puro y sobresaliente salido de esta universidad debe llegar también el ruido de las fábricas, para que ese investigador sepa que es también, junto con nosotros, un obrero que está edificando México.
Dicen algunos catedráticos de la educación que sería un crimen hacer llegar hasta la juventud nuestras preocupaciones y nuestras angustias, pero no es así como se pone a salvo el alma de la juventud. Nada se logra con ocultarle la realidad en las horas que pasa por la universidad el estudiante, si fuera de ella encuentra motivaciones que lo educan en un sentido opuesto al que nosotros le estamos dando dentro de la cátedra: el cine, el radio, la televisión y el paquinismo a veces corrompen su conciencia y su postura universitaria.
Ahora, señores maestros, demos por terminada nuestra despreocupada indiferencia y sobre todo, librémonos de la idea de que nuestro esfuerzo puede ser detenido si otros lo califican de comunista. Mientras aceptemos gustosos la batalla desesperada contra la opresión y el fanatismo, no solo religioso sino también político, marcharemos hacia delante para poner en obra el único triunfo esencial y duradero que es el triunfo del poder de la razón.
Muchas gracias. 


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